Época: Asia y África
Inicio: Año 1500
Fin: Año 1660

Antecedente:
África



Comentario

En este amplio territorio subsahariano de sabanas y estepas, que se extiende desde el sur del valle del Nilo a la costa atlántica, es donde van a ser más evidentes estos siglos de esplendor. Allí se desarrollaron los grandes Imperios de Ghana, Mali, Songhay y Kanem, cuya historia nos es mejor conocida gracias a la escritura árabe que acompaña al islamismo. Su vida está en contacto con el mundo mediterráneo a través de las tres grandes rutas transaharianas, que dieron lugar al florecimiento de estos grandes imperios.
En la zona más occidental, el Imperio de Mali, convertido al islamismo en el siglo XI, se había ido extendiendo, desde el foco inicial en el alto Gambia, a costa del territorio del Imperio de Ghana, al que termina por hacer desaparecer en el siglo XIII, y había alcanzado su máximo esplendor en el XIV. A mediados de la centuria siguiente nos lo encontramos en franco retroceso frente al avance del Imperio de Songhay, prácticamente arrinconado en su lugar de origen en el siglo XVI y, desde 1645, reducido a la ciudad de Kangaba. En el momento de mayor expansión su territorio se extendía desde la costa atlántica hasta el recodo del Níger y mantenía relaciones políticas y comerciales con Egipto y el Magreb. Los contactos con el mundo árabe no fueron exclusivamente económicos ni religiosos, sino también culturales, y sabios, letrados, poetas y artistas del mundo mediterráneo descendieron hasta el mundo negro, dejando su huella en las realizaciones arquitectónicas y en la vida de la Corte.

Si en un comienzo las tribus mandingas, o malinkes, carecían de unidad política, el contacto con el islamismo proporcionó un sistema de organización vertebrado alrededor de la figura del sultán, de cuya administración dependía directamente el núcleo central, dividido en demarcaciones provinciales, y éstas a su vez en cantones. A su alrededor existían unos territorios gobernados de forma autónoma por sus jefes tradicionales, y un entorno de reinos casi independientes pero que reconocían la soberanía del sultán. Este sistema dejaba a las regiones periféricas muy vulnerables, con lazos de dependencia respecto de la autoridad personal del sultán cada vez más débiles, lo que era evidente ya a fines del siglo XIV. En los momentos de dificultad originados por los avances de Songhay, Portugal entró en contacto con el Imperio de Mali, pudiendo aprovecharse de su debilidad para imponerle acuerdos comerciales ventajosos.

El Imperio de Songhay heredó la brillantez perdida de Mali. El territorio inicial de los sonni se encuentra en el valle del Níger, alrededor de Gao, su capital. Convertidos al islamismo en el siglo XI, los sultanes sonni aprovecharon desde la segunda mitad del XIV la debilidad del Imperio de Mali para irle arrebatando espacio. En el último tercio del siglo XV, Alí Ber el Grande (1462-1492) se convirtió en el más importante conquistador del África negra, dominando desde Segou a Dahomey. En 1468 arrebató Tombuctú a los tuareg y en 1473 Djenné a Mali. El Imperio poseía una flota comercial y militar en el Níger, cuyas aguas se aprovechaban para irrigar buena parte de los campos de su entorno. Mal musulmán que nunca abandonó los cultos tradicionales animistas, Alí Ber, tanto por razones ideológicas como políticas, se enfrentó a la aristocracia musulmana que se le oponía y a los ulamas que lo criticaban, y persiguió a las tribus tuareg que se infiltraban de forma pacífica por su territorio, considerándolas un peligro para las tradiciones de los pueblos negros.

Cuando Alí murió en 1492, su sucesor Baro fue expulsado por el general Mamadú Turé, que con el nombre de Askia Mohamed (1493-1528) fundó la dinastía Askia, que reinó hasta la conquista marroquí. Tras una peregrinación a La Meca, consiguió el título de califa de Sudán, y por tanto la legitimación musulmana de su nuevo poder. La política de expansión que siguió dio como resultado el dominio sobre toda el África sudanesa occidental, desde el lago Tchad hasta el río Senegal y desde el Sahara hasta la selva guineana. A pesar de las disputas surgidas a su muerte, la prosperidad se impuso en un territorio que comerciaba con el oro, el marfil, el índigo y las plumas de avestruz, que exportaba hacia el Mediterráneo a través del Sahara y hacia las factorías portuguesas de la costa atlántica. Comerciantes y hombres de letras fluían hacia Tombuctú. La cultura intelectual llegó a tales cotas que los libros constituían uno de los objetos más valorados. Sin embargo, como en todos los países musulmanes, la inexistencia de una línea dinástica clara provocó enfrentamientos entre los posibles herederos, debilitando el Imperio.

La codicia que despertaban los ricos yacimientos de oro provocó en 1590 la expedición de los saadianos marroquíes contra Songhay, que perdió su independencia y pasó a ser gobernado por un pachá nombrado por el sultán de Marruecos. Desde 1612 éste renunció a nombrar al pachá, que pasó a ser elegido entre los mulatos resultantes de la unión de los indígenas con los renegados españoles enviados por los saadianos. Las luchas por el poder entre estos mulatos provocaron la ingobernabilidad del territorio, las altas contribuciones requeridas por Marruecos arruinaron al país, y todo ello originó el descontento de la población negra y el retroceso del islamismo. Sin embargo, el mundo cultural continuó teniendo un alto nivel y de ello nos dan cuenta las crónicas existentes para los siglos XVI y XVII.

Existen en el Sudán central otros reinos que no alcanzaron la importancia de los Imperios reseñados, pero que contaron cada uno con su momento de prosperidad, dependiente siempre de la personalidad del rey que ocupara en ese momento el trono. Entre el Bajo Níger y el Tchad se encontraban las siete ciudades-Estado hausas: Kano, Daura, Gobir, Katsina, Zaria, Biram y Rano, alrededor de las cuales se constituirán otras ciudades hausas consideradas bastardas. Eran comunidades rurales, pero también con un importante papel comercial intermediario entre el África negra y la septentrional. Igualmente existía una importante artesanía textil y de artículos metálicos, por lo que su sociedad mantendrá cierta complejidad. Las luchas intestinas permanentes, sin embargo, les impidieron jugar un papel político más relevante.

En el Sudán central y oriental, sólo el Kanem-Bornu, a orillas del Tchad, tuvo un imperio comparable a los de la zona occidental. La base de su economía era la venta de esclavos negros a Egipto y Trípoli, de tal manera que las diversas bandas de esclavistas eran quienes se disputaban el poder. A fines del siglo XV, con el rey Alí Ibn Dunama, el Conquistador (1472-1504), se inició una fase de esplendor, en la que el territorio se amplió a costa de los hausas y se organizó la administración en forma de monarquía feudal descentralizada. El sultán, divinizado, estaba asesorado por un Consejo de Estado compuesto por 12 príncipes, con competencia territorial o funcional, y por un Consejo privado para los asuntos corrientes. La justicia musulmana no tenía de hecho competencia más que en las ciudades, estando regidas las zonas rurales por las normas preislámicas. Un fuerte ejército, que llegó a tener 100.000 jinetes con caballos árabes conseguidos con la trata de esclavos, da idea de la potencia que llegó a alcanzar el Imperio de Kanem-Bornu, con numerosas fortalezas por todo el país, soldados profesionales o reclutados en las provincias vasallas y, sobre todo, armas de fuego. A fines del siglo XVI, bajo el rey Idris Alaoma (1571-1603), el Imperio conoció otro período de prosperidad, en el que la ampliación del territorio una vez más contribuyó al mejor control de las rutas comerciales, a un incremento del tráfico de esclavos y a una más elevada recaudación de impuestos. Idris Alaoma también llevó a cabo un amplio proselitismo islámico, construyó mezquitas y cuidó de la pureza de las costumbres. En los siglos siguientes, los Estados hausas reconquistaron parte de lo perdido y sustituyeron al Imperio en buena medida en los mercados del norte de África, aunque se mantuviera mal que bien hasta la colonización europea a fines del siglo XIX.

Más al Este encontramos el Reino de Dar-Fur, unido al Alto Nilo por la ruta de caravanas de los cuarenta días, temida por su dureza. De lo poco que sabemos de esta región resalta su carácter de engarce entre el tráfico entre el este y el oeste del Sudán. En 1596, el árabe Suleimán Solón (1596-1637) ocupó el Dar-Fur, reemplazó a la dinastía Tunsan e islamizó a la población. Su hijo Musa acrecentó el territorio por el Norte de 1637 a 1682-, tarea que continuó Ahmed Bokor avasallando el Wadai, región islamizada a comienzos del siglo XVII.

En la región más oriental del Sudán, los tres reinos cristianos de Nubia, en el Alto Nilo, Nobatia, Dongola y Aloa, sufrieron continuas incursiones árabes, aunque resistieron largo tiempo en la fuerte posición de la meseta etíope. Además, la protección del patriarca de Alejandría les permitió sobrevivir debido a los compromisos contraídos con él por los árabes. Sin embargo, los musulmanes se fueron extendiendo, y en 1504 la caída de Aloa ante los Fung de Sennar supuso la desaparición del último reino cristiano sudanés. El Reino de los Fung de Sennar se había formado por la unificación de diversas tribus del Nilo Azul por obra de una dinastía de origen árabe en el siglo XV. A comienzos del XVI, tras la mencionada conquista de Aloa, avanzaron por el Nilo, siendo capaces de resistir los ataques del exterior y las insurrecciones internas hasta el siglo XVIII.